sábado, 13 de noviembre de 2010

EL ENTIERRO DE MANUELA

Había caído una fuerte nevada, aquel día era el entierro de Teresa y de Manuela, dos vecinas de Sobrevilla ya mayores, la familia de Teresa eran pudientes y la de Manuela muy pobres, casualmente yo iba pisando los talones de dos curas uno el de La Plaza, (del que ya hablé) y otro el de la empresa minera que asistía a los entierros de familiares de mineros, mandado por la empresa. Es sabido que cuando esta nevado difícilmente se sienten las pisadas y se camina por un estrecho sendero sin salirse y sin mirar hacia atrás, lo que permitía que me llegaran algunas palabras de la conversación que mantenían, así pude escuchar que el Don Manuel que era el de La Plaza decía a don José “vamos a ir juntos a ver si se cae algo para ti”.
Y así lo hicieron, fueron juntos a la casa de Teresa, la gente casi toda alrededor de ellos, apenas fuimos cuatro jóvenes a casa de Manuela y de su hijo Olegario, único miembro de la familia presente, al que pedimos que llevara una banqueta para apoyar la caja de la muerta, que era un simple cajón hecho por un vecino con tablas de costeros, pesadísimo y que en vez de colocar las andas atravesadas, las coloco a lo largo del cajón, caminamos poco trecho tras de los otros porteadores pues a la primer parada pasamos delante de la otra caja, para que la gente viera que allí había otra muerta y la apoyamos en la banqueta que portaba Olegario, caminamos luego delante con la nieve hasta las rodillas más de un kilómetro y entonces se acercaron cuatro a relevarnos durante un trecho pues estábamos agotados, duró poco el relevo y volvimos los de antes con nuevos bríos a cargar con la caja, ya faltaba muy poco para llegar cuando se rompió una de las andas y la caja dio la vuelta y cayó sobre la nieve; Manuela tenia una nariz muy abultada y se nos escapo la risa cuando uno dijo “vaya narizada que se pegó Manuela”. Con mucho cuidado, por si se había desclavado la tapa, dimos la vuelta al cajón y agarrándolo como pudimos lo llevamos hasta el pórtico de la iglesia del Cebrano, al poco llegaron los demás con el ataúd de Teresa y lo colocaron paralelamente a un metro aproximadamente de distancia del de Manuela, responsean los curas y tras salpicar con agua “bendita” el ataúd de Teresa, teniendo mucho cuidado de no mojar el de Manuela, cargamos con los ataúdes para el cementerio, las fosas estaban abiertas, el enterrador era hermano de Manuela y había cavado su sepultura gratuitamente para alivio del pobre Olegario que, es de suponer que tendría más deudas que dinero; allí los curas bendijeron de nuevo la sepultura de Teresa, pero a la de Manuela ni una gota.
Finalmente entramos a la iglesia, escuchamos la misa y al final piden que se rece un padre nuestro por el alma de Teresa y…¿a Manuela la mandan de cabeza al infierno?. No se me ocurrió siquiera alzar la voz protestando, por la costumbre de estar en silencio en la iglesia, pero lo comentamos a la salida algunos y todos opinaban que había sido vergonzosa la actitud de los curas. Yo bajé para mi casa y tuve una actitud visceral, pues recogí todos los santos y crucifijos que había a la cabecera de las camas y los tiré al fondo del desván sobre el alero, como si tuvieran ellos la culpa.

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